En líneas generales hay tres tipos de tratamiento:
Tratamiento no farmacológico
Debido a que cada vez es más importante la influencia del estilo de vida del paciente con enfermedad autoinmune se sugieren algunas recomendaciones para controlar la enfermedad:
♦ En la medida de lo posible evitar o controlar el estrés.
♦ Dormir las horas necesarias (cada persona tiene un mínimo) de forma efectiva.
♦ Hacer ejercicio con regularidad (son aconsejables los aeróbicos, los de fuerza o la marcha nórdica (existen estudios que aconsejan su práctica en pacientes con Sjögren) adecuado a las características del/la paciente.
♦ Alimentación variada y equilibrada (dieta mediterránea).
♦ Evitar el tabaco, el alcohol y el consumo de tóxicos.
Como lo más característico en la enfermedad de Sjögren son los síntomas secos, es importante evitar tratamientos que empeoren los síntomas, ya que disminuyen el funcionamiento de las glándulas salivales.
Los fármacos que pueden acentuar los síntomas secos son los diuréticos, los antihipertensivos (los que controlan la tensión arterial alta), los antidepresivos y los antihistamínicos, entre otros.
Si es necesaria su utilización, es importante evaluar junto con el médico los beneficios que le puede aportar a pesar de los efectos adversos.
Tratamiento farmacológico
En líneas generales está dirigido a los casos más graves de sequedad. Se puede utilizar pilocarpina en comprimidos (Salagen®) para la sequedad de boca, y gotas oculares de ciclosporina (Ikervis®) para la sequedad ocular, siempre prescritos por el equipo médico habitual con experiencia clínica suficiente en la enfermedad.
El tratamiento de la afectación sistémica puede incluir:
⇒ Antiinflamatorios y antipalúdicos para tratar los síntomas articulares, musculares y de afectación general;
⇒ Corticoides para los casos de afectación de órganos;
⇒ Fármacos inmunodepresores o terapias biológicas para aquellos pacientes que no respondan a los tratamientos habituales o en los que esté en peligro la vida del paciente.
Todos estos fármacos deben estar prescritos y controlados por el equipo médico que coordina la enfermedad.
Todos los medicamentos que se utilizan para el tratamiento de la afectación sistémica de Sjögren, son «prestados» de otras enfermedades autoinmunes sistémicas como el lupus.
Nuevas terapias
Las principales novedades sobre el tratamiento se centran en el uso cada vez más racional de los corticoides, inmunodepresores y, en las llamadas terapias biológicas, que son un nuevo tipo de medicamentos fabricados en el laboratorio a semejanza de diversas moléculas que forman parte del propio sistema inmunológico.
Los fármacos biológicos más utilizados en el paciente con la enfermedad de Sjögren son aquellos que actúan contra los linfocitos B en las principales complicaciones sistémicas de la enfermedad, así como en el tratamiento del linfoma (principalmente rituximab y belimumab) .
COMPLICACIONES MÁS HABITUALES DE LOS FÁRMACOS QUE SE UTILIZAN CON MAYOR FRECUENCIA:
Pilocarpina
◊ Contraindicada en pacientes con enfermedad cardiorrenal clínicamente significativa y no controlada, asma no controlada y otras enfermedades crónicas que empeoren con agonistas colinérgicos.
◊ Precaución en pacientes que se conoce o se espera que suden de forma excesiva y que no pueden beber suficientes líquidos. Puede producir deshidratación.
◊ Administrar con precaución en pacientes con colelitiasis o enfermedad del tracto biliar, úlcera péptica, trastornos cognoscitivos o psiquiátricos, insuficiencia renal, nefrolitiasis, glaucoma de ángulo estrecho.
La mayoría de los efectos adversos observados durante el tratamiento con pilocarpina son consecuencia de una estimulación parasimpática aumentada que han aparecido con dosis-dependientes, por lo general, leves y autolimitados. No obstante, se pueden producir de forma ocasional efectos adversos graves, por lo tanto, es recomendable el seguimiento cuidadoso del paciente.
◊ Los efectos adversos clasificados como muy frecuentes o frecuentes son: cefalea, mareos, lagrimeo; visión borrosa; visión anormal; conjuntivitis; dolor ocular, rubor (vasodilatación); hipertensión; palpitaciones, rinitis, dispepsia; diarrea; dolor abdominal; náuseas, vómitos; estreñimiento, sudoración, reacciones alérgicas, erupción, prurito, aumento de la frecuencia urinaria.
Corticoides
El uso de corticoides externos aumenta la cantidad total circulante de estas hormonas que se suman a la principal hormona natural que fabrica el organismo, que es el cortisol. El aumento de las hormonas corticoideas puede hacer que la cara se vea redondeada (conocida como «cara de luna llena»).
Los corticoides también pueden provocar problemas intestinales, insomnio, úlceras estomacales y los huesos pueden perder calcio.
La osteoporosis es el efecto secundario más frecuente en los tratamientos largos con corticoesteroides. Aumentan el vello corporal y el acné. La piel se vuelve más fina y aparecen estrías o arañas vasculares. Elevan el azúcar y el colesterol en sangre. Los corticoides hacen que el hígado fabrique más glucosa y, por otros mecanismos internos, también hacen que el organismo aproveche peor esa glucosa. Por eso, hay un riesgo mayor de generar hiperglucemias o de que las personas que tienen diabetes no puedan controlar su enfermedad.
Estas complicaciones suelen verse en personas tratadas con dosis muy altas y durante períodos de tiempo prolongado.
No obstante, los corticoides son una medicación que salva vidas y evita el daño autoinmune importante a órganos principales, por eso son la primera línea de tratamiento en la mayoría de afectaciones graves. Sin embargo, en la actualidad se recomienda la utilización de grandes dosis por vía endovenosa (en 3-5 días) en el momento de mayor gravedad, para después continuar con dosis inferiores a los 30 mg al día, que desciende de forma lenta, pero progresiva, hasta retirarlos cuando la situación clínica lo permita.
Inmunodepresores o biológicos
Hay pacientes que no toleran estas medicaciones y presentan fiebre, dolores articulares, erupciones cutáneas, malestar o nauseas. En cualquier momento del tratamiento se puede observar disminución de las células de la sangre (leucocitos, glóbulos rojos o plaquetas) o alteración de la analítica hepática, por lo que es necesario ajustar la dosis del fármaco.
Para controlar posibles alteraciones con este tratamiento, se realizan analíticas periódicas cada 3-6 meses (al inicio del tratamiento, pueden ser cada mes).
Estos fármacos interfieren en el sistema inmunológico y las personas que los toman tienen un mayor riesgo de infecciones. El sistema inmunitario protege contra las infecciones. Por tanto, cuando un fármaco anula o disminuye el trabajo del sistema inmunitario, aumenta la probabilidad de verse afectado por una infección.